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Una niña, un hombre, una gabardina; lo indecible
Debía tener 11 o 12 años, vivíamos en Cali. Era un domingo y necesitaba una cartulina para una tarea del colegio.
- “¡Y es ahora, a las 5 de la tarde de un domingo que vienes a decir que necesitas una cartulina!” Chilló mi madre. “Ahora no hay nada abierto”.
- “Si”, contestó mi padre que, a veces, se atrevía a contradecirla. “La 14 del centro está abierta. Yo la llevo”.
Sonreí. Mi papá podía ser un buen cómplice. Yo sabía que con su amor por los libros él se daría una vuelta por la librería de La 14 mientras yo buscaba la cartulina, y así fue. Al llegar al almacén, mi papá se quedó en la planta baja ojeando libros. Aquí te espero, me dijo. Yo subí a la cuarta planta donde se encontraba la papelería. No había casi nadie un domingo en la tarde, menos aún en la sección papelería. Andaba por los anaqueles con la mirada clavada en las calcomanías, absorta en esas pegatinas de colores que me encantaban.
No lo vi llegar. No lo sentí llegar. De repente alcé la mirada y tardé en entender lo que estaba viendo. Nunca había visto un pene, menos aun un pene en erección. Su dueño lo sujetaba entre las manos como una ofrenda, a mí. Se había acercado sigilosamente hasta quedar a dos pasos de mí. Llevaba una gabardina beige, unos zapatos negros. No recuerdo al hombre, ni su rostro, ni su estatura, ni…